Enrique Gil Calderón

Kily Gil, el Pirata de Guayaquil

Nota biográfica del Maestro Enrique Gil Calderón
1935-2008

Dra.  Miriam Estrada – Castillo

Si algo distinguió a Kily Gil Calderón a lo largo de su vida, fue su autenticidad. Una autenticidad expresada en su música, en su arte y en sus principios. Porque el arte, la vida, la música y los principios fueron un solo todo con él. Se esperaba de él, por ser hijo de quien fue, que se dedicara a la política. Pero Kily no estaba diseñado para la disciplina partidista. Él era, como decía de sí mismo, “Bohemio trovero, de gacho sombrero”. Por ello, tardó un tanto, es verdad, en encontrar la herramienta que le permitiría construir el mundo con él que soñaba. Atraído por el arte, dos interrogantes se presentaron en su vida. Estudiar música o estudiar teatro. No había a la sazón escuelas de teatro en Guayaquil, de modo que se inscribió en el Conservatorio de Música Antonio Neumane, con la idea de aprender a tocar el Corno Francés. Pronto se unió al Coro Mixto y al Madrigalista, ambos fundados por el Director del Conservatorio, el Maestro Jorge Raiky. Siguiendo esa luz, muy poco tiempo después, partió a la Unión Soviética a estudiar Dirección Coral en el Conservatorio Tchaikovski de Moscú en la clase del Maestro Boris Tevlin. Así echó a andar el camino que lo llevaría a convertirse en el Gigante que hermanó al Canto Coral Latinoamericano.

De regreso al Guayaquil que amó con delirio, lo recibieron personajes y circunstancias que marcaron su vida para siempre. La Manga (el grupo de los más distinguidos artistas e intelectuales de la época, famoso por su sentido de humor irreverente y cáustico, lo acogió como “El mejor actor de todos los tiempos, tanto que hasta parece Músico” (Walter Bellolio). Su antigua Maestra Lila Álvarez García le abrió las puertas de la Academia de Música Santa Cecilia y le confió la dirección del coro de la misma. Pero el país se convulsionaba bajo la égida de la Junta Militar del 63. Su padre estaba encarcelado y su madre, desterrada.  Kily venía de Moscú y era hijo de uno de los fundadores del Partido Comunista ecuatoriano. Durante un tiempo vivió la angustiosa incertidumbre del perseguido político. Así, aunque su camino musical se había presentado claro hacia la meta, sus inicios estuvieron llenos de infinitas dificultades y sinsabores de todo género. No tenía una casa, ni familia, ni dinero, ni trabajo. Ni siquiera tuvo, por largos meses, la posibilidad de caminar, sin peligro de ir preso, por las calles de su Guayaquil.

Sin embargo, Kily fue en esencia un luchador y un pionero. Algunos amigos partieron al destierro, él se quedó. Meses después, el nivel de persecución política bajó substancialmente y Kily volvió a sus ensayos. Presentó su primer concierto en el Auditorio de la Casa de la Cultura, mismo que hoy lleva su nombre. Este se llenó. Amigos, familia, la Manga en pleno y un público expectante y curioso, el público de aquel pequeño Guayaquil –donde todo se sabia y todos se conocían–se hizo presente. Ese concierto fue una expresión de solidaridad de la ciudad para con él y para con sus padres. Todos sabían de las angustias, las persecuciones, las pérdidas materiales y familiares que se habían sufrido. La voz de Guayaquil diciendo “presente” en esa noche junto con las del Coro en un repertorio dividido entre la música académica y la música nacional, no solo fortalecieron la inquebrantable perseverancia de Kily, capaz de derrotar cualquier destino, si no que le confirmaron que el Canto coral era el instrumento, para poder cumplir con su misión; hermanar a los pueblos latinoamericanos.

Empezaron entonces los conciertos cuyas entradas se vendían de puerta en puerta y de mano en mano mientras las contribuciones de los amigos hacían posible imprimir programas y contratar espacios. Los uniformes se hacían en la casa de Las Peñas, con tela victoria (la más barata en la época) y el diseño Punae -expresión de amor y unidad eternas- que pintaba Alba Calderón en cada uno de ellos. Fueron los conciertos en que él cómo director, abría el telón, aparecía luego a dirigir el concierto, agradecía con venias los aplausos, y corría después a cerrar el telón. Ni siquiera contaba con las tarimas para el Coro—las que cuando adquirió, también debía cargarlas. Pero aquello no duró mucho. Kily se posicionó como Director de Coros a nivel Sudamericano cuando, gracias a la invitación de Juvenal Sáenz Gil, organizó y dirigió un coro de más de ochenta voces que interpretó los Himnos Nacionales de los países que participaban en los JuegosBolivarianos de 1965, capítulo Guayaquil. Fue un 20 de noviembre de 1965 en el Estadio. Más de treinta mil personas, eufóricas y respirando ya los aires de la cercana libertad, se emocionaron hasta las lágrimas cuando, después de que Sáenz Gil tomo el juramento solemne a los deportistas, “voces libertarias” se alzaron límpidas rompiendo el aire con las notas sagradas de los Himnos Sudamericanos, bajo la batuta de Kily Gil, el músico, el director, el inolvidable “Pirata de Guayaquil”.

Durante los dos años siguientes, la lucha por sacar adelante al Coro fue titánica. Se hacía de todo. Se cantaba en bodas, en celebraciones, en serenatas, en incorporaciones, en bautizos y sepelios. Solo la personalidad de Kily –gregaria por excelencia– unida a su exultante energía e inquebrantable entusiasmo, fueron capaces de convertir todos aquellos sacrificios en experiencias maravillosas para los coreutas. Mientras tanto, él se buscaba los más inimaginables trabajos; vendedor, pescador, bombero, profesor de música en colegios secundarios, gerente de almacenes de venta de electrodomésticos, cocinero, cantante de jingles, hasta actor de reparto. ¡Qué fue lo que no hizo Kily para sobrevivir como músico en aquellas épocas!

Pero el canto coral se escuchaba y en 1968 lo escuchó Otto Arosemena Gómez, Presidente de la República, quien lo llamó a Carondelet y le concedió una asignación para que el Coro recorriera el país con su canto, como así lo hizo. Alcanzó la asignación para grabar un disco y sirvió de base para organizar la primera gira internacional a Lima, a cantar con el Coro de la Maestra Rosa Alarco Larraburre, legendaria directora del Coro de la Universidad de San Marcos de Lima. Rosa fue una fuerte influencia en el crecimiento de Kily como director. Más tarde y hasta siempre, lo fueron sus hermanos Guillermo Cárdenas Dupuy y Gerardo Guevara.

A esa gira le siguió la invitación de Demetrio Aguilera Malta, Embajador de Ecuador en México y uno de los “Cinco como un Puño”. Hacia México partió el Coro Guayaquil, que se dio el lujo de cantar en el Palacio de Bellas Artes, en el escenario de su emblemático Teatro. La gira, extraordinario éxito artístico fracasó en cambio, en el aspecto humano.  El Coro se dividió. Motivos, nombres y razones, así como las usuales malevolencias de las pequeñas y mediocres almas del momento, no ocuparon en la vida del Pirata de Guayaquil más lugar que una basurilla en el ojo, de esas que incomodan momentáneamente al afectado. Hacia el final de la vida de Kily, muchas de aquellas basurillas se declararon sus amigos y admiradores. Jamás Kily se dio por notificado. Kily Auténtico dijo siempre “El tiempo coloca a la gente a donde le corresponde”. Esa expresión, se constituyó en una predicción y en una verdad paradigmática en el mundo musical ecuatoriano.

Poco tiempo después, una nueva llamada. Gracias a la intervención de la Doctora Susana Valdivieso, Kily es llamado al Rectorado de la siempre Gloriosa Universidad de Guayaquil y el 12 de mayo de 1972, el Ingeniero Marco Reynoso, su Rector, lo nombra Director del Coro de la Universidad de Guayaquil. Ese fue el día en que Kily encontró su hogar artístico. El nombre de la Universidad de Guayaquil, la Música y el de Kily se unieron para siempre en un incomparable e incorruptible canto eterno hacia la posteridad. En testimonio, en la trigésima edición del Festival Internacional de Coros «El Canto Coral Hermana a los Pueblos» -2008–la Universidad de Guayaquil selló esa posteridad cuando su Rector el Dr. Carlos Cedeño le otorgó el título de Doctor Honoris Causa en la clausura de éste, el último Festival de su vida, el mismo que se realizó en el Teatro del Centro de Arte.

Es que fue en la Universidad de Guayaquil donde Kily, al fin, hizo realidad sus sueños: “Hacer de Guayaquil una capital musical, llevar el arte a nuestra gente, a quienes nunca han oído un coro, hermanar a los pueblos a través del canto coral”.

Así surgió el Festival Internacional de Coros «El Canto Coral Hermana a los Pueblos». Modesto, inicialmente con Coros de la ciudad, invitados de Quito, un coro de Lima y otro de Piura. El Festival ahora es un evento internacional que se extiende a Europa y Asia. Transcendió las expectativas de Kily, pero sigue cumpliendo su sueño. Ha hecho de Guayaquil la capital coral en Latinoamerica, hermana a los pueblos a través del canto, ya que jamás ha sido una competencia ni lo será y gracias a la asignación entregada por la M.I. Municipalidad de Guayaquil apoyándolo irrestrictamente, se traslada hacia comunidades y recintos que jamás han oído cantar un coro.

Conciertos, giras nacionales e internacionales, el regreso a Moscú a compartir sus logros con su Maestro Boris Tevlin recorriendo los mejores escenarios de la Unión Soviética y luego de Europa, el inolvidable concierto en la Scala de Milan, fueron los hitos mundiales que Kily y la Universidad lograron juntos. Kily se convirtió en sinónimo de Canto Coral, más aún, cuando con el apoyo de Juan Carlos Faidutti Estrada, Embajador del Ecuador en la Unión Soviética estableció un programa de becas para estudiantes ecuatorianos que quisieran formarse como músicos. Los primeros directores de coros se formaron de esa manera. Los que no podían viajar, lo convirtieron en su mentor y maestro. Jamás escatimó a nadie conocimientos, ni experiencia, ni partituras, ni oportunidades. Organizó varios Coros a nivel nacional, entre ellos, uno de sus más queridos, el Coro de la Escuela Superior Naval.  Fundó el Instituto Experimental de Música de la Universidad de Guayaquil. La Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas lo nombró su Presidente, lo condecoró el Congreso Nacional y el Ministerio de Educación y Cultura,el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo le fue concedido por el Gobierno Nacional.

Un solo mensaje se conserva hasta ahora en un viejo celular Nokia plateado: “Kily partió para siempre siendo diez para las dos de la mañana del día de hoy, jueves 11 de diciembre”.

Sin embargo, el dato no es exacto, porque ¿Cómo puede partir “para siempre” el viento que canta en ramas, océanos, bosques y montañas? ¿La lluvia que ruge y baila?” ¿La solidaridad, la risa, el humor, la empatía y los pequeños y grandes chispazos de locura?

¿Cómo pueden partir “para siempre”  los principios y el amor que se siembra en cada uno de los actos de entrega que se hace sin esperar nada de vuelta? ¿Cómo puede partir la autenticidad con que se vive?

Kily auténtico no partió, y menos “para siempre”. Está presente hoy, ayer, y estará presente mañana. Con cada voz que cante, con cada coro que palpite y con cada acto de amor que se trasmita al mundo.

Por eso, cada rayo de sol que juguetee riéndose sobre la ría Guayas, nos recordará a nuestro Kily Gil, el único y auténtico Pirata de Guayaquil.


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(2018)